A Carlos no le hace falta dar tirones de bolsos en la calle, ni robar en un supermercado para hacerse con su dosis de cocaína. En su casa hay suficiente dinero, más o menos al alcance de cualquiera de la familia, con el que puede costearse la adicción.

Sus padres todavía no se han dado cuenta de que al chaval no le da de sí la paga semanal y por eso les anda sisando. Tampoco han advertido que pasa de morirse de risa a querer matar a quien se le ponga delante. Cosas de la edad, piensan a menudo, lo de este desequilibrio del carácter Lo que en la vida imaginarían es que su hijo, que ni siquiera ha cumplido 20 años, lleva tiempo consumiendo drogas. Tampoco imaginaban en «Proyecto Hombre» que a su puerta llamarían chavales que apenas rozan la veintena. Menos aún que lo harían algunos que ni siquiera han cumplido la mayoría de edad.

Pero sí que están llegando, sí. Cada vez en mayor medida y con menos años.

Habitualmente se trata de hijos que pertenecen a familias bien estructuradas, que disfrutan de un buen nivel de vida y cuentan con una estupenda consideración social, ventajas que muchas veces no sirven para mantenerse lejos de las drogas. Lo que consumen estos toxicómanos de nueva generación es cocaína y alcohol, acompañados en demasiadas ocasiones de éxtasis y el sinfín de nuevas pastillas que circulan por el mercado.

El perfil tradicional del drogadicto de procedencia humilde, por lo tanto, ha cambiado, aunque en los proyectos de desintoxicación se mantiene la atención a hombres que están entre los 45 y 50, que durante años fueron consumidores habituales de heroína.

Igual que Carlos, los nuevos adictos no tienen que pegar tirones, ni robar en los supermercados, como seguramente tuvieron que hacer quienes son mayores que ellos, porque pueden conseguir en casa el dinero suficiente para pagar su dosis. «Si necesitan una tarjeta (de crédito) la encuentran sin tener que salir a la calle, igual que los euros que les cuesta la droga», indicaba ayer Sonia Eleno, directora de Proyecto Hombre-Extremadura.