«Mala madre, mala mujer, puta, viciosa, dejada…» son estigmas sociales que penalizan a las adictas al alcohol, las discriminan respecto a los hombres y lastran su recuperación por el peso de la culpa acumulada durante muchos años de consumo, lo que dificulta su acceso a programas de desintoxicación y que lo hagan en situación de mayor gravedad que los pacientes masculinos.

Según Esperanza Pérez, responsable de proyectos de La Huertecica, una organización que trabaja desde hace 40 años en el tratamiento de adicciones en jóvenes y adultos en situación de especial vulnerabilidad, la mujer alcohólica es una consumidora «invisibilizada», que se siente muy culpable de su situación y, a la vez, es víctima de juicios muy graves por parte de su entorno y de la sociedad.

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