“Si ste SMS te llega 1000 veces, no te asustes, k solo stoy prbando” — “Ok. T llmo ms trde”.

Un nuevo idioma recorre el mundo: el de los mensajes de texto a través de los celulares. A medio camino entre el castellano (en el caso venezolano) y la comodidad, esta lengua identifica a los jóvenes que pasan horas y horas atados a sus teléfonos móviles. Pero hay otro elemento que también los identificaría: la patología. La relación distorsionada con los teléfonos móviles e Internet, incluida en el paquete de las adicciones tecnológicas, forma parte de los trastornos psiquiátricos del siglo XXI, aun cuando todavía no pertenece a la clasificación internacional de enfermedades mentales, apunta Franca Caterina, psiquiatra psicoterapeuta de la clínica Attías e integrante de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría.

Tan lejos como en Inglaterra… a comienzos de octubre, Mark Collins, de una famosa clínica de recuperación de adicciones (The Priory) de Londres, afirmaba que sus pacientes mostraban conductas compulsivas relacionadas con los celulares. Tal como lo reseñó la publicación The Wired, algunos invertían hasta siete horas por día en los mensajes de texto, lo que les podía causar lesiones por el esfuerzo reiterado.

Tan cerca como en Venezuela…

una ascensorista de un ministerio de Caracas no suelta el teléfono móvil. “No puedo ver nada ahora, porque estoy concentrada”, responde a los usuarios. Un ejecutivo no abandona el servicio T-motion (equipo móvil para enviar y recibir correos electrónicos de manera instantánea) ni siquiera cuando habla en las reuniones de trabajo.

Es parte de la globalización

Cambios vertiginosos


Han ocurrido variaciones económicas y sociales a las que el sujeto —por la velocidad con que avanzan — no logra adaptarse, señala Caterina. Las personas también han experimentado cambios: “Son más individualistas, es más el yo que el grupo. Parece que la historia familiar se desvanece, y lo que importa es sobrevivir. Hay menos compromiso para formar pareja, la sexualidad es para obtener placer, vemos más flirteo, más «mira mi cuerpo», más pornografía y erotización a través de imágenes, pero sin encuentro sexual como acto definitivo.

La sociedad gira en torno a la imagen corporal”. Igualmente se movieron las creencias, y de un Dios rígido “pasamos a la religión light, la nueva era, las sectas”.

Aumentan las crisis de pánico y las depresiones. Crecen las necesidades externas no satisfechas. La tecnología se posiciona. “Las computadoras se usan casi como parte del cuerpo. El celular le ha alterado el esquema a los individuos, porque puedes hacer lo que quieras, cuando quieras”, reflexiona Caterina. Se despliega la obsesión por poseer el aparato más pequeño y más potente aunque no se pueda pagar.

¿Qué define una adicción? “En este caso, es la necesidad incontrolable de utilizar un celular, el moviltexto, Internet. Perturba las relaciones interpersonales, aísla.

Pasas cada vez más horas con el objeto. Es imposible separarse de él; si no lo tienes, te pones irritable o ansioso”. Antes, el término “adicto” se refería al licor, cocaína, marihuana; el concepto de “trastorno de control de impulsos”, en cambio, aludía a las compulsiones.

Para la psiquiatra, el apego a Internet y los celulares deberían asumirse como adicciones no químicas.

El empleo compulsivo de los mensajes de texto, o SMS (servicio de mensajes cortos, por sus siglas en inglés), es mayor en los adolescentes. Hay muchachos que mandan de 100 a 400 correos por día; que duermen con el aparato en la mano para contestar inmediatamente, y nunca lo apagan; que prefieren faltar a clases antes que abandonarlo. Ellos y ellas son presas, recuerda Caterina, de problemas de inseguridad, identidad y autoestima: “No sé expresarme, no quiero que me vean gordito o flaquito, no me salen las palabras”.

También juega un papel importante la presión del grupo, para tener el aparato más moderno, para seleccionar determinada marca porque de lo contrario “es una raya”. En el fondo, reina la soledad. La incomunicación con el padre y la madre. La urgencia de ser atendido y de estar acompañado.

La historia se repite con Internet

Los adultos pueden ser las grandes víctimas; especialmente, mujeres mayores y jubilados.

“Son horas y horas conectados (por lo menos 5 o 6), en la madrugada.

Es la vida on line, en la que me puedo poner otro nombre, ser más joven o más adulto, ser más viril”, acota Caterina. Se calcula que 10% de los usuarios podrían padecer esta adicción, de acuerdo con la página web www.adictosainternet.com. “Lo curioso es que me comunico con China, con Estados Unidos, pero no sé nada de mi edificio, de mi vecindad. No me llama la atención ir a un cine o a un parque, sino estar conectado”, señala Caterina.

En opinión de Nancy Bello, coordinadora del programa de Salud Mental del Ministerio de Salud y Desarrollo Social, esto todavía no constituye un problema de salud pública para el país. Sin embargo, comentó que existe preocupación en el despacho asistencial por los contenidos que se difunden a través de la red de redes. “Hemos visto cómo algunos adolescentes en los centros de conexión consultan páginas de pornografía abiertamente”, indicó.

En la búsqueda del tratamiento
Los adictos a Internet y a los mensajes de texto, igual que los consumidores de sustancias como la heroína, pueden experimentar síndrome de abstinencia cuando son privados del objeto. Aun cuando no llegan a presentar los temblores y reacciones orgánicas que caracterizan a las desintoxicaciones químicas, sí manifiestan ansiedad e irritabilidad, enfatiza Caterina.

Estos males son incurables, pero sí controlables. El tratamiento para estos enfermos del siglo XXI todavía no está claro. “En Dinamarca funciona una clínica para rehabilitar a los pacientes, pero todavía no está planteado que el manejo deba ser como en el caso del alcoholismo o la fármacodependencia, con el aislamiento total de la sustancia”, puntualiza la psiquiatra. “Aquí nos preguntamos si hay que separar a la persona de las máquinas, o educarla para un uso diferente, ponerle límites y aumentar su creatividad interna”.

Por lo pronto, psiquiatras y psicólogos ayudan con psicoterapia individual, grupos de apoyo y talleres para asertividad y autoestima.

“En el mundo no hay una línea de tratamiento”, replica la experta. Si una dependencia aparece por algo, hay que penetrar en ese algo para encontrar las respuestas.

ENFERMOS DE SALUD

Otras adicciones han hecho entrada en el mundo de los seres humanos. Adicciones que alteran la relación con el trabajo, con la sexualidad y con el cuerpo.

Al trabajo. Los workaholicse sienten vacíos fuera del ámbito laboral, no se recrean con las vacaciones ni los fines de semana, no saben ocupar su tiempo libre.

Reducen su vida privada a la mínima expresión y se convierten en máquinas productivas.

Al sexo. Múltiples relaciones fuera de la pareja, contacto con trabajadoras y trabajadores sexuales, encuentros sexuales anónimos, uso del poder para conseguir compañía, inversión de tiempo y dinero en pornografía y sexo por Internet son algunas de sus características.

Vigorexia. Usualmente la padecen los hombres. Mientras la mujer anoréxica cree que está gorda y obesa, el hombre vigoréxico se ve enclenque y débil. “Los varones hacen ejercicios, aumentan sus músculos, toman sustancias que hagan crecer la masa muscular.

Tienen la cabeza chiquita y los músculos protuberantes. Se depilan”. Pueden padecer problemas cardiovasculares, respiratorios, hormonales. “Pero no les importa, porque la imagen corporal es lo más importante. Sin músculos no serán aceptados por el grupo, ni por las muchachas”.

Ortorexia. Es la necesidad de comer alimentos naturales, lo más sano posible. “Al final, las personas se hacen esclavas, dejan de comer proteínas y no se alimentan bien”, especifica Franca Caterina.

Ludopatía. Compulsión a jugar:
bingo, cartas, maquinitas. “La persona empieza a hacer gastos innecesarios. Es capaz de vender su casa, su negocio, por la necesidad imperiosa”, detalla Caterina. La psiquiatra aclara que no se trata de viveza ni debilidad, porque la ludopatía “es una enfermedad”.